Ai, Quim…

Fins ara no m’he vist amb els temps i l’ànim d’escriure quatre línies ben concretes, excuseu-me. Bé, com vosaltres, el trobo a faltar també. Quim, quan ens trovàbem era un tot peró dins d’un ordre: birra, patatera, callos o entrepans -era un hàbitat molt saludable per ell- era la prolongació natural del coneixement i, alhora del creixement personal humà. Amb una capacitat d’anàlisi les preocupacions més tedioses s’esvaïen al voltant de la conversa rica i lleugera, fins i tot l’intercanvi d’idees quedava eclipsada per l’exposició pedagògica del que ell creia bo i no tant bo. A vegades, no sé si per alguna influència sarda que hi hagués en ell arran de tants viatges a mig completar, semblava que assistíem a un comptador d’històries que tant a una persona com nosaltres. La darrera vegada que ell vam veure reia sorneguer: Sant Jordi i vaig incomplir la meva tradició anual de passejar a primera hora per les parades de la Rambla. En aquestes caminades prelaborals, amb cafè llarg per portar del Brasília a la mà, també mostrava la possibilitat de veure’l al tinglado establert del Port: aquest any ja no va ser així, com també la moto tampoc apareixia ja. Dintre de les limitacions vocals, mai amb carències afectives, vam continuar trobant-nos amb cura i mesura i mantenia els dos posats més característics: un primer, amb atenció profunda i ulls de mussol… i l’altre, el segon, amb un somriure tendre on brillava destacava més encara la seva arracada.

Continuar leyendo «Ai, Quim…»

Mário Cesariny. Cien años


Normalmente las efemérides de este tipo no me pillan en Lisboa, pero hoy es diferente. Sé que en Antena 1 van a hacer lecturas y coloquio sobre la obra de Mário Cesariny (Lisboa, 1923 – 2006); sobre su obra encontré el otro día una retrospectiva llamada Navío de Espejos (Fund. EDP – Círculo de Bellas Artes, 2006) gracias a dejar en su puesto un poemario de Teresa Rita Lopes que estaba en mal estado y deseaban cobrarme al precio del gramo de oro (hoy está a 1.961,55€). En algunas culturas debe ser fantástico cumplir cien años aunque, como decía él en un poema quizá toda edad mayor sea un rossio de la soledad. ¿Los años de persecución y zigzag entre Francia y Gran Bretaña fueron compensados?. Más allá de los documentales, de las tertulias que se reproduzcan hoy sobre su obra -porque en Portugal son maestros de cuidar en la radio la cultura- el manido siempre nos quedará su poesía es tan vivo y actual como nunca. Cesariny si viviera todavía sería visto como provocador (necesario), vago y seguramente su obra chocaría una y otra vez con la línea de hierro que todavía recubre la piel de una miniría lusa, acerba defensora de la moralidad cristiana.

Continuar leyendo «Mário Cesariny. Cien años»

Eugénio de Andrade. Cien años.


sería el dos mil diecisiete, en el primer verano olissipense, cuando conseguí por fin Todo el oro del día (Pre-Textos, 2004) esa antología que descubrí antes que los papeles: fue un tesoro, lo sigue siendo, que todavía permanece a mano: pertenece a esa selección de libros que hay que salvar en caso de incendio, categoría ilustre diseñada por el primo Carmelo // muchas veces los libros no tienen esa intención recíproca que creemos premeditadamente que tienen; lo que un buen libro nunca puedes corresponderle salvo con la intención de una buena lectura: lectores hay muchos pero buenos… entiéndase // a Eugénio de Andrade, no tanto José Fontinhas (perdón) hay que leerle con la sinceridad y el silencio con el que uno se acerca a un lugar respeto -iba a decir sagrado- y es inevitable no esquivar la sensación de haber llegado tarde; mal endémico en la literatura ante el volumen de autores que merecen ser tratados con cercanía pese a la precariedad de nuestras dioptrías // leer a Eugénio de Andrade no es ya la propia acción de leer, sino entender al poeta, saber a partir del disfrute como lector es hacerse cargo de una memoria, una vida literaria y de carne que es nuestra ya cada vez que leemos: así como queremos las personas y su piel, también se establece una relación de afecto -aquí no hay intención recíproca, recuerdo- porque hay letras que ocupan lugares que nosotros nunca podemos ocupar… y quizás, sí, la contemplación es afecto en si.