La mutació dels pollastres de Pep Sanz

Notes de lectura inicial de setembre – La primera persona és sempre llaminera per escriure i menys no és massa. Moltes vegades al respirar el poema sembla que s’ofegui en el seu contingut; amb La mutació dels pollastres – 23è Premi de POesia Joan Duch per a Joves Escriptors (Fonoll, 2022) de Pep Sanz tot queda just a la seva mesura i queda un llibre clavat, fet amb mesura, cura i una intensitat creixent, forta i amb espurnes rebels. Hi ha una vida projectada a la d’un pollastre, i el dubte creixent vers els dogmes fonamentals que s’han convertit en creences… fins que, com passa amb els dogmes, apareix la convicció del frau… donant preu a la reencarnació i una construcció més severa, però amb una capacitat pròpia, contundent.

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Cantos:&:Ucronías, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán

Juro que hoy iba a compartir un poema de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán (Madrid, 1961) pero me ha sido imposible elegir de su libro Cantos:&:Ucronías (Calambur, 2013) -prometo elegir y compartir uno próximamente, pero me va a costar la vida decantarme-. Tras el encuentro fugaz en Expoesía (merci, Cumbreño) el año pasado tuve que tirar de librerías de viejo para hacerme con Cartas consulares (Calambur, 2007) y con rabia, no me escondo, acabo de revisar en mi biblioteca y constato que no está en mi biblioteca, presente. Quiero pensar que debe estar en manos de Pablo Varona o Marc Mellado. Si no, yo ya no sé.

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El árbol de agua, de Tonino Guerra

Bueno, nadie dijo que iba a ser sencillo el verano, pero lo cierto es que Madrid, estos días me tenía una sorpresa agradable. Recojo el guante de aquellos «hay que leer a» y acabo la expresión con Tonino Guerra (Santarcangelo di Romagna, Italia, 16 de marzo de 1920 – 2012). A su favor, Guerra tuvo su facilidad para contar historias y narrarlas; su poesía tiene forma de espacios conocidos, de recuperar los lugares: de hecho, es cierto aquello de que volvióa su tierra natal espantado de la megaciudad, las capitales y puñetas varias. En sus poemas hay recuperación anímica y reivindicación de aquellos con los que se cruza, habla o sabe de su existencia, convirtiéndose en pequeñas historias cotidianas donde el calor -qué bien casa con el verano, el libro-. Es un libro de edad mayor, de experiencia real porque exige cierta ternura su lectura y aceptación de la sorpresa: en El árbol del agua (Pepitas, 2022) se reúnen tres libros: La Miel, El Viaje y El libro de las iglesias abandonadas haya tanta sorpresa como amor; con la certeza de que si algún suceso ocurre mientras estamos inmiscuidos en su lectura querríamos que con fuera Tonino Guerra quien nos lo contara.

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(Cuatro) consideraciones sobre Deseos de otras noches de Marc Mellado

1- Si a Marc Mellado (21 de marzo de 1990) le hubiera dado la gana podía haber titulado este libro como La vida moderna. En las entrañas del libro tendríamos que ver si hemos relegado, tras la lectura y la reflexión paralela, a la sensación de monotonía que se produce en nuestra vida diaria. ¿Es lo que queremos? ¿En qué hemos convertido cada día?. Aquí la rutina encofra algo que inexplicablemente se nos escapa como arena en los dedos juntos: algo tiene que llegar pero antes de disfrutar están las cargas diarias. 2- Es fiel a su estilo narrativo, pero puntilloso: cada verso suena como una sentencia con un final; busca la complicidad del verso introducido con preposiciones que juegan irremediablemente bien con la indefensión monótona del tiempo perdido en labores en las que nos sometemos. 3- Hay influencias, entradillas en parte de los poemas, encabalgamientos necesarios para navegar en el libro; también entre los versos se ven atisbos del realismo urbanita y descarnado de los Kiko Amat, Iribarren o Wolfe que ha consumido como lector. Él no lo sabe pero también hay algo de Luis Felipe Comendador sin apenas saberlo: entre tanto incorformismo pesante. 4- Llegados a ese punto en que uno está en su juvenil madurez (bendita poesía, donde los poetas pasamos de la juventud a la madurez de golpe a los cuarenta años) queda saber y leer más a Marc: prolífico, subiendo escalones sin perder el norte pese a que la catarata diaria no sea lo suyo. Sí lo son, en cambio, los libros.

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Aproximación a Escribir un poema sobre la libertad y verlo arder

En cada uno de los poemas de Nuno Brito (Porto, 1981) hay una prolongación del espacio de creación: el poema fluye, se distribuye en estructuras y espacios casi narrativos, en un juego variado de adaptaciones. La forma y la longitud son parte del proceso de elaboración del poema. Es por tanto, un autor reconocible, rico; que tiene en lo cotidiano un aliado versal de cara a establecer su obra. Sugiere la duda, leyendo, de si estamos ante un dietario o el poeta se toma la licencia de los sucesos ordinarios del día a día -de los extraordinarios ya se encargan demasiado- para crear una poética sincera, noble, fuerte y sensible, claro. No se edulcora la realidad, sino que lo que se escribe es lo que hay: Nuno Brito tiene la suficiente cintura poética para no repudiar ningún espacio que se ofrece, sean poemas de sal, de mar, de personas o bien los espacios. Hay quienes juegan con el único lugar, con la única forma… y es lícito. Especializarse es bueno: lo hicieron los poetas nipones a lo largo de siglos, pero explotar la variedad es mejor: dentro de las punzadas de estilo del poeta tripeiro se entiende la geografía de los espacios que él ha recorrido.

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O Fado da tua voz. Amália e os poetas

Sí, sorprende decir que he descubierto el fado a deshoras: de madrugada en Lisboa y Tarragona, escuchando Antena 1 Fado o Rádio Amália para poder conciliar el sueño. Ya despierto iba seleccionando, desgranando en la lectura de O Fado da tua voz. Amália e os poetas (Bertrand Editora, 2014) de Víctor Pavao dos Santos; una enciclopedia de ochocientas setenta y dos páginas donde se resume -ironía- no ya la letra de los poemas cantados por Amália Rodrigues (1920-1999) sino la vida, obra y relación que existía entre A Rainha do Fado y los poetas que tuvieron el privilegio de tener poemas con su voz. Autores de revista, directores de cine, poetas en el sentido exacto de la palabra (como Manuel Alegre o Pedro Tamem) y otros poetas, autores de canciones populares, seguidillas que amenizaban las calles, tascas… con sus letras. Amália era también la calle -su Lisboa, sus historias, sus gentes, voces- y apuntalaba queriendo o sin querer el trípode por donde sustentaba el Estado Novo su posición: plena pleitesía a Fátima, al fútbol y también, como no, al fado. Ella es cómplice deshenebrando con Pavao dos Santos su biografía; complementando la investigación del segundo para tejer un volumen que resume toda la vida artística de Amália Rodrígues.

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Mano criminal, de Renato Filipe Cardoso

Entiendo dos cosas: si a un poeta hay que pedirle honestidad a la hora de escribir, a un traductor se le exige, involuntariamente, un poco más todavía. Otro aspecto no menor: he visto cómo se gestaba la antología desde los inicios, así que soy sospechoso de ser parcial, pero también conocedor de primera mano del trabajo que ha habido detrás del libro, por parte de traductora, poeta y editor. El editor, por cierto, dijo algo una vez de intentar la cuadratura del círculo. Quizá la traducción sea el arte del doble tirabuzón… y en Mano criminal (Liliputienses, 2021) de Renato Filipe Cardoso y traducido por Leonor López de Carrión ese ejercicio de gimnasia sincronizada ha quedado muy bien ejecutado.

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Las afueras , de Luis Felipe Comendador

Las afueras (A Fortiori, 2020), de Luis Felipe Comendador. Palabra previas de José Luis Morante. Más información, aquí.


Que a nadie le pille desprevenido el libro. Quien quiera leer algo agradable, casi simpático a la vista, que tome otro libro y deje Las afueras (A Fortiori, 2020) para quien tenga garra de aguantar sus versos. Es así. El estilo de Luis Felipe Comendador es reconocible, pero la voz en su nuevo libro es otra: más densa, más oscura. Identificar los poemas es sencillo, pero la lectura está preparada para no ser tratada con la igualdad que depara la humildad bien procesada: guárdense la caridad.

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Ciudad abierta, de Sandra Benito Fernández

Ciudad abierta (Editora Regional de Extremadura, 2020), de Sandra Benito Fernández. Más información aquí.

Desde siempre la ciudad ha sido un espacio recurrente a la hora de escribir. Desde la poesía, en ese lugar poliédrico es posible encontrar autores que con mayor o menor acierto encuentran entre las calles un lugar para plasmar una propuesta artística: Karmelo C. Iribarren, por ejemplo, es un excelente exponente de lo que sería el realismo sucio en la poesía (gusta más o guste menos) Con los matices oscuros y algunas sombras, Ciudad abierta es un alegato al espacio compartido al que nos sentimos unidos aunque las carencias y la consiguiente nostalgia nos ancla. Estamos pues ante un callejero líquido donde cada pisada en sus adoquines parece una hoja arrancada de un diario -un diario de lecturas, quizá, en los versos que acompañan a casi todos los poemas-. Un paseo por una ciudad con sus dudas, contradicciones; avivando la capacidad que puede tener cualquiera de sentirse foráneo en tierra propia a partir de la frágil normalidad que suponen los actos corrientes. Hay un estilo reconocible, casi idéntico, un lenguaje fácil de identificar en cada poema afinando cada esquina, cada matiz. Hay pequeñas gemas por pulir, pero honestamente, conseguir que cada poema esté conectado, dando una sensación de estabilidad -en un primer libro, cuidado-. es todo un logro ante cada tocho que acumula polvo en las estanterías.

Sin leer antes nada de Sandra Benito, el libro parece un buen inicio. Es una alegría veraniega encontrarse libros así. Y luego recuperar para la causa a los jóvenes es necesario: máxime en una región donde el futuro de la poesía de calidad de la región está representado, en su mayoría, pasando el túnel de Miravete o las vías del borreguero.

Sandra Benito Fernández (Plasencia, 1992) ha publicado poemas en las revistas Suroeste y Alcântara. Recientemente ha aparecido en la antología La materia cambiante. Panorama de la joven narrativa extremeña (Editora Regional de Extremadura, 2019)

Perro de aeropuerto, de Claudio Burguez

Perro de aeropuerto (Ediciones Liliputienses, 2019), de Claudio Búrguez.

Puedes comprarlo aquí.


Con todas las variaciones posibles, matices y peros, todo el mundo -no excluyo ni al político ni al jurado del Premio Cervantes- se ha sentido alguna vez como un perro de aeropuerto. Ese perro maltratado, Kiro, podría ser cualquiera de nosotros en una circunstancia X, determinada por una dosis variable de dolor: aquí cada uno tiene motivos para desgarrarse en silencio (somos humanos, somos débiles: la ostentación del dolor es poderosa). La sensación es clara: uno parece leer los poemas desde la barrera, pero al final, como siempre pasa con los buenos, acaban salpicando. Las imágenes que se reproducen son bastante reconocibles, insisto. En Perro de aeropuerto encontramos también ese toque mágico que le falta a la poesía peninsular: hay brechas que un océano no nos ayudará nunca a cubrir pero sí un cambio de mentalidad.

En el transcurso del libro quizá uno está contemplando diversas fotografías. Estamos ante algo más que un libro finito de poemas o postales en una caja de galletas que abrimos antes de embarcar en un avión. En la lectura no es complicado sufrir una puesta al día de sentimientos, de imágenes tan potentes como reconocibles. Estamos ante un poemario cercano, sensible y nada, nada dócil. Dentro del ritmo suave hay punciones en cada poema, pinchazos llenos de silencio que nos invitan a sentarnos: a observarnos. Me ha sido imposible separar el yo viajero del yo lector. He compartido diversos sentimientos: no envié nada por Fedex pero sí aguanté las colas interminables de la An Post de Dublín y Galway para enviar aparentes nimiedades.

Si hablaba de sensación antes, ahora lo hago de regusto: más Claudio Burguez necesitamos para hacer más cortas las distancias y mirarnos las manos sin temblar. Para acariciar a Kiro. O para darnos cuenta de cuán vacías pueden estar si no las ocupamos.

Claudio Búrguez (Santa Lucía – Canelones, Uruguay) 1965). La primera edición de Perro de aeropuerto fue publicada por Estuario Editora en 2011. En dicha editorial también ha publicado también Finlandia (2006) y El Gran algo (2010). Ha publicado además Las cosas que quiero no se quieren entre sí (Pez en el hielo, 2019).