Every day is like Sunday

El día de los sentimientos encontrados, no entro por la supuesta imposición ibarresca del día, porque el ruido de fondo será el mismo sea la fecha que sea. Más allá de imposiciones en el calendario quiero coger perspectiva desde una visión personal que no acostumbro a decir muy en alto, pero es así. Hace doce años y veintitrés días marché de Extremadura para estudiar fuera de la región. Durante el bachillerato, digamos que fui un estudiante tan inquieto como disperso: combinaba el estudio de algunas asignaturas con profesores espectaculares -en sentido humano como educativo- como Jacinto Haro, Rosalía Muñoz, Teresa Quintanilla, Enriqueta Fallola… con descalabros académicos en cada evaluación. Me acuerdo que Manuel Lucero Fustes, en esa época, me echó una mano. Una mano que me ayudó a ordenar mi cabeza y mi autoestima. Creedlo o no, durante esos dos años era más un autómata que no un alumno [me levanto // instituto // comida // estudio // balonmano // dormir]. Lo cierto es que más tarde que pronto conseguí el bachillerato y, en ese camino nocturno, enlacé amistades con una generación más pequeña que la mía: la mía, la del noventa, en su mayoría emigró para estudiar fuera. Supongo que todos marcharon con una mochila cargadita de sueños e inquietudes que espero y deseo hayan logrado. Todos esas amistades perdidas por el tiempo y la distancia se merecen lo mejor: me acuerdo que un expresidente de la Junta no paró de martillearnos en un encuentro con estudiantes que éramos la mejor y más preparada generación de alumnos de la región…

Marché. Emigré, y hoy todavía sé que hice lo correcto. Hoy día veo ese día de la marcha [noche anterior con mis amigos, tomando cerveza] como algo que podría haber sido remediable si hubiera condiciones. Extremadura quizá era joven en esa época… pero ya no. La región, ya adulta, no asume las responsabilidades que le corresponden a cabo del tiempo: ¿Dónde está la autocrítica? ¿Por qué se utilizan los mantras de hace veinte años hoy día todavía? A los treinta y tres años no me vale como respuesta un indignado ¡Cómo hemos llegado a esto!-. Cuatro décadas después del punto y seguido de la región da la sensación que durante muchos años se ha forzado la máquina de manera descabellada, nos hemos dejado llevar por los cantos de sirena y por los jardines que durante años hemos tenido ante los ojos hasta darnos de bruces con una realidad bruta, dura, dolorosa para una mayoría que contempla un es salir y pensar lejanamente si volver es posible. El futuro son infraestructuras que no llegan. El futuro son los pueblos y ciudades menguantes en vida, negocio, cultura. El futuro es el dolor de ver que las cosas, aunque cambien los decorados no cambia en realidad nada: es un biombo donde la acuarela se cambia cada cierto tiempo… pero la realidad es la misma.

Queríamos algo mejor. Todos queremos algo mejor. Quería algo mejor para mi abuela Amalia, para mi madre. Para mi abuelo Yiyo. Para mi hermano Chema y Beatriz. Para Juanma. Para Víctor y Luis Alberto -mis únicos amigos residentes en Badajoz-. Para Felipe y Conchi. Para todos los que volvemos aunque sea por un instante y vemos todo cómo está de desaprovechado. Veo la oportunidad como la condena definitiva de Extremadura; el tesoro de los ríos que arrastra todo hacia una desembocadura infame.

Luis Landero el año pasado afinaba muy bien su discurso hacia una realidad descarnada: “Extremadura sigue estando muy lejos, es el Lejano Oeste, y esa lejanía es en verdad un oprobio, una humillación y una burla”. Vivimos en la broma infinita de quien vive entre dos aguas y no navega sino fondea en ellas en un equilibrio pésimo, doloroso.

La última vez que estuve en Badajoz, apenas hace diez días, acabé descorazonado. Every day is like Sunday cantaba Morrisey en 1987. Cuando estaba en el coche, dirección Madrid, la tarareaba para mí. ¿Debería sentirme orgulloso si la pongo, hoy, bien altaen casa?. Puedo recordar lo vivido pero… la canción. Eso mismo.

Foto: una de mis fotos favoritas de Plasencia la tomé el día siguiente al fallecimiento de mi abuelo, yendo a buscar el desayuno. Álvaro Valverde en primer plano. En la misma imagen lo inamovible y el necesario gran referente.

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